Acababa de enamorarme de la caligrafía.
Llevaba meses practicando a solas, horas y horas trabajando con la plumilla; intuía que un horizonte se abría ante mis manos y aunque no sabía a dónde me conduciría (aún hoy lo desconozco) y no me resistía a avanzar en él.
Mamen tenía su preciosa escuela de cocina, FlowCooking, donde yo había aprendido a hacer pan, arroces, a catar cerveza, a oler trufas… y una pizarra negra, enorme que presidía la entrada.
Un día le dije: ‘Mamen, me tienes que dejar que te pinte ahí…’
Y accedió.
La pared de FlowCooking fue mi primer mural pintado a mano.
La primera vez que me enfrentaba a unas dimensiones que me sobrepasaban. Me emocionaba pensarlo, era un reto que me daba energía y me imponía a la vez.
Pensé, dibujé, inventé, me atreví… y lo pinté.
Desde entonces, cada trabajo es un campo desconocido donde aprender cosas nuevas.
Y así, sigo creciendo
Gracias, Mamen, por confiar en mí.
- Recuerdo la emoción de los primeros trazos, bosquejos a tiza
- Lentamente, un mundo de cazuelas, pimientos, arroces y aromas iba poblando la pared
- El pincel me da confianza, la estructura está equilibrada, ahora tiene que brillar
- Blanco sobre negro esperando al color
- Mural completo
- Detalles, la vida llegó
- Con mi querida Mamen, cuánto he aprendido de ella